miércoles, 24 de diciembre de 2008

Un año más es Navidad

Es el tiempo del Amor fraterno. Ha comenzado la cuenta atrás del periodo más intimista del año. Y la Nochebuena es la estrella de estas fiestas en las que todos los sentimientos cobran una intensidad especial y sutil. A muchos se les enciende el corazón de ternura y amor con la familia y con los semejantes. Pero para otros comienza un calvario insufrible de unos días donde es obligatorio ser feliz, porque todo el mundo ha de serlo; aun cuando a ellos les duela la soledad, la pérdida de alguien muy querido o, sencillamente, la vida.

Estos días son muy especiales. Es natural: nos graban a fuego la Navidad durante la infancia y es el referente de lo mejor que hay en el corazón humano. Sin embargo, ¿cómo entender que esta bondad acabe el siete de enero? ¿Por qué el mundo sigue igual después de las fiestas? ¿Es que no ha cambiado nada? Todo vuelve a ser igual, la vida sigue igual, nosotros seguimos igual, yo sigo igual.

¿Qué pasa entonces en Navidad, que toca fibras tan sensibles del alma, para gozar o para sufrir, pero que no cambia nada y sólo dura apenas dos semanas?

El nacimiento de Jesús, lo sabe todo el mundo, no sucedió en estas fechas invernales; mucho menos el 25 de diciembre. El origen de la Navidad es pagano a más no poder, sustituyendo las celebraciones derivadas del solsticio de invierno, desplazando a Mitra, el sol invicto sobre las tinieblas que aterrorizan a nuestra especie. Y desplazando las escandalosas y bullangueras Saturnalia romanas. Hemos sustituido el mítico triunfo sobre la oscuridad por un nuevo culto solar: el Niño Jesús, que, como otras divinidades paganas, nació de madre virgen en una cueva, calentado por una mula y un buey. Y hemos absorbido los excesos de las Saturnales dentro del consumismo desenfrenado y obsceno de la Navidad. En realidad, parece que hemos cambiado poco.

Las tinieblas se nos hacen insoportables. No podemos con la oscuridad, ni siquiera simbólicamente. El acortamiento de los días nos encoge el corazón (mucho más lo hizo en épocas pretéritas). El miedo del ser humano cuando cae la tarde es ancestral. ¿Cómo no vamos a celebrar que los días ya no se acortan más, que empiezan a aumentar, que la Luz ha vencido? ¿Cómo no vamos a festejar que la muerte se ha apartado y que seguimos vivos, un año más? Y sofocamos el miedo que hemos pasado entre celebraciones, comidas y consumo. Paradójicamente, en nombre del Niño Dios nos hartaremos de comer y de beber, para olvidar que todo va a seguir igual; y nos emborracharemos para no recordar que las tinieblas del hambre, del dolor, de la miseria y de la injusticia siguen saqueando el mundo. Pero, qué más da, nosotros y los nuestros seguimos aquí, a salvo; y nuestro Dios-Sol, nuestro Redentor Jesús, ha nacido para eso; ya nos ocuparemos de Él en primavera.

Los símbolos no son desdeñables. Tenemos miedos ancestrales y miedos actuales que aplacar. El mundo seguirá como sigue, pero aquí estamos; y tranquilos, que el sol sigue saliendo todos los días, la noche no ha vencido y todo está bien. Un año más. Y mientras tanto, comamos y bebamos hasta hartarnos, y obsequiémonos unos a otros para demostrarnos que el bien existe, que somos buenos por naturaleza y que todo tiene un orden y un sentido (al menos, estos días). No pensemos. Simplemente, hagamos como que nos lo creemos, y dejémoslo estar.

Pobre Niño Jesús. Pobres de nosotros. Quizás sería mejor que, definitivamente, dejáramos estas fiestas para los niños. O para quienes quieran regresar al mundo de los niños. O a lo mejor es que todos necesitamos regresar a la inocencia de la niñez durante estos días.

Espero que en Nochebuena no me visiten tres espíritus por pensar estas cosas.


martes, 11 de noviembre de 2008

La languidez de la juventud

"La languidez de la juventud, única y quintaesenciada... ¡Qué pronto se pierde para siempre! Todos los demás atributos tradicionales de la juventud: el entusiasmo, los afectos generosos, las ilusiones, la desesperación -todos menos ése-, aparecen y desaparecen a lo largo de la vida. Forman parte de la vida misma. Pero la languidez, la relajación de los músculos todavía no agotados, la mente que busca la soledad y se entrega a la introspección, sólo pertenecen a la juventud y con ella mueren. Es posible que en las mansiones del Limbo los héroes disfruten compensaciones semejantes por haber perdido la Visión Beatífica; también es posible que dicha Visión tenga cierta afinidad remota con esa experiencia terrenal. Yo, por mi parte, creí estar muy cerca del Paraíso durante aquellos lánguidos días que pasé en Brideshead".
(EVELYN WAUGH: Retorno a Brideshead)

Yo no pude vivir la languidez de la juventud. Sin embargo, ahora que no soy joven y que no sé qué me deparará el destino, he decidido que voy a relajar mis horas hasta que también crea estar muy cerca del Paraíso, como el joven Charles Ryder durante aquellos lánguidos días en Brideshead.



lunes, 27 de octubre de 2008

Prometeo o el paso del tiempo

"De Prometeo nos informan cuatro leyendas. Según la primera, lo amarraron al Cáucaso por haber dado a conocer a los hombres los secretos de los dioses y éstos enviaron águilas a devorar su hígado, que continuamente se renovaba.
De acuerdo con la segunda, Prometeo, deshecho por el dolor que le producían los picos desgarradores, se fue empotrando en la roca hasta llegar a fundirse con ella.
Conforme a la tercera, su traición paso al olvido con el correr de los siglos. Los dioses lo olvidaron, las águilas, lo olvidaron, él mismo se olvidó.
Según la cuarta, todos se cansaron de esa historia absurda. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas y la herida se cerró de cansancio.
Sólo permaneció el inexplicable peñasco. La leyenda pretende descifrar lo indescifrable. Como surgida de una verdad, tiene que remontarse a lo inexplicable".
(FRANZ KAFKA: Prometeo)

Hace doce años nos reunimos en Sevilla, en el Café Alameda, y leí lo anterior a algunas amigas y amigos. Ante tal extravagancia, me sentí un poco nervioso; y ellos también. Pero resultó interesante. Al final, propuse un brindis: "Para que nuestra amistad no caiga nunca en el olvido y en lo indescifrable de esa historia". Y brindamos por ello. Algún tiempo después volví a repetir mi lectura, esta vez ante mis amigos de San Fernando (Cádiz) y el resultado fue muy parecido.

Pero ya no estamos todos juntos, ni los de Sevilla ni los de San Fernando. No sé si es normal o, simplemente, como dice la historia, indescifrable. Algunos han seguido otros caminos. Y más lejos aún tuvo que marchar Mª Luisa, a quien no podré volver a ver hasta la otra vida. Sin embargo, la mayoría de los de antaño sigue ahí. Y después han llegado los de hogaño. Estamos unidos por mor del corazón, más allá de la distancia y de la circunstancia. Y todos, todos me hacen la vida más leve y llevadera.

Por eso me causa una plácida tranquilidad el haber sabido que las dos personas que me lo pidieron allende los días, aún conservan como recuerdo los sencillos folios manuscritos con Prometeo, que leí en Sevilla y San Fernando.

Cuando miro atrás en el tiempo, es un alivio sentir el calor de quienes me acompañan en este camino; de los que llevan muchos años a mi lado y de los que acaban de llegar. Y es que tenía toda la razón quien dijo: "No me importa llegar el último, lo que me preocupa es llegar solo".

A los que conmigo vais, gracias por estar ahí. Ojalá que podamos seguir leyéndonos muchas historias y caminando muchos caminos.