"De Prometeo nos informan cuatro leyendas. Según la primera, lo amarraron al Cáucaso por haber dado a conocer a los hombres los secretos de los dioses y éstos enviaron águilas a devorar su hígado, que continuamente se renovaba.
De acuerdo con la segunda, Prometeo, deshecho por el dolor que le producían los picos desgarradores, se fue empotrando en la roca hasta llegar a fundirse con ella.
Conforme a la tercera, su traición paso al olvido con el correr de los siglos. Los dioses lo olvidaron, las águilas, lo olvidaron, él mismo se olvidó.
Según la cuarta, todos se cansaron de esa historia absurda. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas y la herida se cerró de cansancio.
Sólo permaneció el inexplicable peñasco. La leyenda pretende descifrar lo indescifrable. Como surgida de una verdad, tiene que remontarse a lo inexplicable".
(FRANZ KAFKA: Prometeo)
Hace doce años nos reunimos en Sevilla, en el Café Alameda, y leí lo anterior a algunas amigas y amigos. Ante tal extravagancia, me sentí un poco nervioso; y ellos también. Pero resultó interesante. Al final, propuse un brindis: "Para que nuestra amistad no caiga nunca en el olvido y en lo indescifrable de esa historia". Y brindamos por ello. Algún tiempo después volví a repetir mi lectura, esta vez ante mis amigos de San Fernando (Cádiz) y el resultado fue muy parecido.
Pero ya no estamos todos juntos, ni los de Sevilla ni los de San Fernando. No sé si es normal o, simplemente, como dice la historia, indescifrable. Algunos han seguido otros caminos. Y más lejos aún tuvo que marchar Mª Luisa, a quien no podré volver a ver hasta la otra vida. Sin embargo, la mayoría de los de antaño sigue ahí. Y después han llegado los de hogaño. Estamos unidos por mor del corazón, más allá de la distancia y de la circunstancia. Y todos, todos me hacen la vida más leve y llevadera.
Por eso me causa una plácida tranquilidad el haber sabido que las dos personas que me lo pidieron allende los días, aún conservan como recuerdo los sencillos folios manuscritos con Prometeo, que leí en Sevilla y San Fernando.
Cuando miro atrás en el tiempo, es un alivio sentir el calor de quienes me acompañan en este camino; de los que llevan muchos años a mi lado y de los que acaban de llegar. Y es que tenía toda la razón quien dijo: "No me importa llegar el último, lo que me preocupa es llegar solo".