domingo, 8 de noviembre de 2009

Puesta de Sol en la Isla de Sancti Petri

No conozco una puesta de Sol que no impresione. Y más cuando sucede en un lugar que fue muy sagrado en la Antigüedad.

La hoy Isla de Sancti Petri, en el Sur de España, en la provincia de Cádiz, fue un lugar santo, pues sobre ella edificaron los fenicios el famosísimo Templo de Melkart (Hércules), bajo el cual -se decía- reposaban los restos de aquel héroe. Fue uno de los santuarios más importantes de la Historia Antigua, recibiendo innumerables visitas de personajes conocidos y desconocidos, que venían de todo el mundo hasta sus puertas a celebrar sus sacrificios rituales a la divinidad que vela por nosotros.

Desgraciadamente, nada hay ya de aquel Templo sagrado. Hoy lo que queda es un castillo del siglo XVIII, que sirvió de baluarte defensivo contra los piratas. Muy alejado de su sacro pasado, el castillo ha sido testigo de los horrores causados por la especie a la que todos nos honramos en pertenecer: el homo brutalis. Los lienzos de las murallas del baluarte fueron ultrajados por las bombas francesas de la Guerra de la Independencia, en un pasado de gloria vana y sanguinaria.

Yo fui hasta allí un uno de noviembre, a contemplar la puesta de Sol, y traté de apartar de mi cabeza esa decadencia, para fijarme en la belleza del paisaje. Respiré profundamente y absorbí toda la energía que fui capaz. Dejé mi mente volar sobre el tiempo y, en mi imaginación, pude ver primero el Templo y, después, a las personas que entraban y salían de él, tras hacer sus sacrificios y ofrendas, cargados de esperanza.

Cuando abrí los ojos, como si yo mismo hubiese participado en esas ofrendas, sentí algo lejanamente parecido a esa esperanza.

El Sol se pone temprano en otoño y desciende sobre el mar velozmente, con la misma rapidez con la que todos nos dirigimos al abismo donde nos espera la Muerte. Fue la de aquella tarde una puesta de Sol perfecta, como un anticipo del que alguna vez será el último día perfecto.

Pero ya es momento de que yo me calle, para dejar que podáis contemplarla por vosotros mismos.