lunes, 5 de septiembre de 2011

La vista de los dioses

En la fría primavera de Jaca, por la noche, después de todo el día agotando las pupilas con los tremendos paisajes de las montañas que levantó Hércules, caímos rendidos en el hotel. Y no sé cómo, pero la agradable conversación con Eli, la Dama de Montemolín, me llevó a recordar el anillo de Adriano, el Emperador.

- Así que el anillo tenía una inscripción.
- Sí, Eli. Muy poética: Natura deficit, fortuna mutatur, deus omnia cernit.
- Vaya... La naturaleza nos traiciona... la fortuna cambia... ¡un dios ve las cosas desde lo alto!
- Debe ser impresionante ver las cosas desde lo alto, como un dios... -dije, meditabundo-.

Eli, pícara, sonrió. Abrió uno de los folletos que había cogido en recepción, buscó algo en él e hizo una llamada telefónica. Cuando colgó, dijo:

- ¿Te gustaría, José María, ver las cosas como un dios?

A la mañana siguiente, llegamos al cercano aeródromo de Santa Cilia. Una frágil avioneta nos estaba esperando a Eli y a mí. La Dama de Montemolín se sentó atrás y yo ocupé un asiento delante, junto al piloto. Creo que disimulé mejor que ella el miedo que daba aquella diminuta y volátil cáscara de nuez con alas. ¿De verdad podrá esto con nosotros dentro? ¡Si parece de papel! ¿No se caerá al primer golpe de viento?

Pues no, no se cayó. Si se hubiera caído, no estaría yo ahora contándoos esto. Y aunque la avioneta era incómoda, desde luego que mereció la pena ver las tierras de Huesca como las ve un dios...