No todos los días del año tienen el privilegio de poseer un refrán. Uno de los afortunados es el tres de febrero, San Blas, que tiene este dicho: "Por San Blas, las cigüeñas verás; y si no las vieres, mal año tuvieres". Nuestros ancestros eran sabios: por esta época, las cigüeñas regresaban por aquí, pues el rigor del invierno empezaba a ceder. Pero si no lo hicieren... mal asunto: significaría que el frío y las nieves se habían prolongado más de la cuenta este año, lo que arruinaría nuestra cosecha y, por tanto, nuestra casa.
Éste es un refrán de los de toda la vida. De los que aún conectan al hombre con la Tierra, con la Diosa (de muchas advocaciones, como la tartesia Astarté). Un refrán que unía a los hombres con los ciclos de las cosechas, que, al fin y al cabo, eran los ciclos de la vida. No en vano, había sido la mujer la descubridora de la agricultura. En clave mítica, la Tierra (el principio femenino) era fecundada y con su fruto alimentaba generosamente a los humanos, esos débiles y toscos advenedizos que se creían, ampulosamente, los reyes de la Creación.
Pronto triunfó la forma masculina de ver el mundo, que no dudaba en someterlo y explotarlo en su propio beneficio. Los hombres (no las mujeres) no vacilaron en poner semejante mandato divino en boca de Yahveh (hombre también, lógicamente): creced y multiplicaos, llenad la Tierra y sometedla.
Parece que siempre hemos necesitado justificaciones para hacer nuestra voluntad...
La forma femenina de relacionarse con el mundo es muy diferente. No necesita conquistarlo, ni explotarlo: no necesita poseerlo. La manera femenina es más comprensiva, más total, más emocional. Siente que todo lo que contiene Gaia pertenece a un mismo destino y a un mismo corazón. No tiene sentido imaginarnos como algo diferente y desprendido de la Tierra y de los demás seres que la habitan. En cada latido de Gaia se condensa el sentir de la existencia de todas las generaciones que han habitado nuestro planeta desde el principio, todas las que lo habitamos ahora y todas las que lo harán hasta el fin de los días. Cada expiración del hálito de Gaia lo contiene todo y vibra en eterna armonía y equilibrio.
No es bueno romper semejante equilibrio.
Desde esta perspectiva, la fórmula masculina y antropocéntrica de explotación no sólo es nociva, sino incluso absurda. Y por una extraña ley, acaso kármica, la actividad de los conquistadores humanos únicamente conduce a su propia autodestrucción.
Toda la Modernidad, en el sacrosanto nombre de la Razón (en realidad, de la razón económica), no pretende otra cosa que perpetuar su agónico espíritu conquistador, narcisista y posesivo. ¿Cuántos años ha pasado nuestra sociedad idolatrando al emprendedor hombre de negocios que ha sabido, por su "buen uso" de la razón, hacerse rápida e inmensamente rico en el próspero negocio de convertir la Tierra en una inmensa barriada urbana, sin importarle lo más mínimo el agotamiento de los recursos y la contaminación de todo cuanto toca?
Si mañana llegara a nuestro planeta alguna civilización extraterrestre más avanzada que nosotros (tendría que serlo, si no, no podría llegar hasta aquí), ¿qué haría cuando viera una pequeña parte de la población viviendo a todo el lujo que puede, mientras el resto malvive y hasta muere de hambre? ¿Y qué haría cuando viera que el planeta está siendo convertido por la especie dominante en un inmenso estercolero?
Por San Blas, las cigüeñas verás; y si no las vieres... Ya no tiene sentido este dicho, que ha quedado para el museo arqueológico de los refranes. Las cigüeñas ya no emigran. Las verás en San Blas porque no se marchan en todo el año; porque a causa de la contaminación medioambiental, la temperatura de la Tierra está subiendo a una velocidad demasiado rápida. Crecimos, nos multiplicamos, llenamos la Tierra y la sometimos; tanto, que hemos destruido su delicado equilibrio homeostático. Pero eso sí, complacientemente, nos autodenominamos "Modernos".
Quizás no fueran tan primitivos los que adoraban a la Diosa Madre, a Gea, Isis o Astarté, realizando rituales en los crómlechs megalíticos y, más tarde, en improvisados altares al aire libre. Quizás algún día entenderemos que la misma moneda tiene dos caras, la masculina y la femenina, no solamente una de ellas; y que ambas son complementarias y se necesitan la una a la otra. Quizás algún día repudiaremos al que pretenda enriquecerse a costa de la miseria de otro o de la destrucción del propio planeta. Quizás, incluso, ese día haya llegado ya, espoleados por el fantasma de contornos imprecisos que llamamos crisis.
Pero mientras tanto, y pase lo que pase, hoy quiero fijarme en la belleza de las cigüeñas, con su canción de picos que entrechocan. Una de las cosas que me hacen sentir bien cuando llego a un pueblo, es comprobar que en su campanario está el esperado nido. Y ahora es una suerte encontrarlo habitado todo el año.
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